9 oct 2014

Ascensión al Monte Nimba, la montaña más alta de Guinea

La silueta del Monte Nimba es inconfundible
La Reserva Natural Integral del Monte Nimba, en Guinea Conakry cerca de la frontera con Liberia y Costa de Marfil, fue creada en 1981 por la UNESCO para proteger el patrimonio biológico de la región. La montaña, con 1.752 metros de altura, es la más alta tanto de Guinea como de Costa de Marfil y en los bosques de sus faldas o en las laderas de gramíneas de sus pendientes se encuentran hasta doscientas especies endémicas que la Reserva intenta proteger, como el sapo vivíparo (Nimbaphrynoides occidentalis) o el murciélago nasofoliado (Hipposideros lamottei). Cerca de la Reserva, en el bosque de Bossou, se encuentra una de las últimas colonias de chimpancés de África Oriental.
La riqueza biológica de la región, así como la belleza de los paisajes de la Guinée Forestière donde se encuentra el macizo lo hacen un destino viajero inigualable. La mejor manera de subir a la montaña es desde Gbakoré, una pequeña población en el departamento de Lola, a la que se llega desde N’Zérekoré. El acceso a la montaña está limitado y hay controles militares en la carretera, por lo que es imprescindible obtener un pase firmado por el prefecto de Lola. Cerca de Gbakoré, en Sibadata, se encuentra el Institut Fondamental d’Afrique Noire, una pequeña instalación para acoger a los investigadores de campo de la institución. Gran parte de lo que se conoce actualmente del Monte Nimba deriva de las primeras investigaciones iniciadas por Jacques Richard-Molard, un profesor de geografía colonial, estudioso de la región y gran conocedor de Guinea, que murió en 1951 de una caída mientras bajaba precisamente del Monte Nimba. Su tumba, al otro lado de la carretera polvorienta en Sibadata, la ven cada día los camiones que vienen de Costa de Marfil cargados con inmigrantes y es una prueba fehaciente de que la montaña es traicionera.
Se pueden encontrar buenos guías en Gbakoré. La ascensión se inicia al amanecer, para aprovechar todas las horas de sol. Una carretera que conduce a una mina permite acercarse hasta el pie de la montaña. Desde aquí el camino pasa a través de campos desbrozados con fuegos provocados, esperando la siguiente cosecha, y llegamos a la zona de selva que delimita ya la Reserva Natural. A diferencia del desierto chamuscado de los campos, en la selva la vida es exuberante. Un pequeño río refresca el ambiente. El aire, saturado de humedad, huele a tierra mojada y está lleno del ruido de los grillos y los pájaros. Se pueden ver árboles del género Fagara con corteza llena de púas, arbustos de savon noir (Carapa procera) y decenas de lianas, epífitas y helechos de distintas especies. El suelo de la selva empieza a inclinarse allá donde poco a poco el terreno se va acercando a la falda de la montaña.
La selva termina de golpe, junto a la inclinación más fuerte que encontramos hasta entonces: una rampa de cuarenta grados recubierta de hierba, húmeda aún del rocío nocturno. A partir de aquí, hay que zigzaguear por el terreno, ganando altura, deteniéndonos de tanto en tanto para poder descansar y contemplar la vista. Ésta se extiende más allá de la selva tropical que bulle a nuestros pies, hasta los campos chamuscados y las casas de Gbakoré donde sus habitantes aún duermen.
Llegamos hasta la cresta, ancha y herbosa como un campo. Entre la roca rojiza de la montaña y el verde de la vegetación, destacan algunos brotes quemados: hasta aquí llegan a veces los fuegos. Una vez en la cresta, sólo es cuestión de seguirla hasta la cima. El cordón rocoso gira ligeramente para encararse al sureste y se inclina un poco más para llevarnos hacia la última fuerte subida hasta la cima, a la que se llega cuatro horas después de haber dejado el vehículo.
Una construcción de piedras marca la cima y sirve de atalaya. Desde ahí el macizo de verdes y redondeadas montañas se extiende hasta el horizonte en el sur, allá donde empiezan a bajar hacia la planicie de Liberia. Una mancha de un verde más intenso, en un valle entre las montañas, nos indica el lugar donde el agua es más abundante, el mer d’hivernage, ahí donde viven los sapos vivíparos. Desde lo alto de la construcción, se puede ver el precipicio de la cara noreste de la montaña, ahí donde el acantilado recortado da al Monte Nimba su silueta más conocida. En su base vemos la selva tropical, esponjosa y con todas las tonalidades del verde. Desde ella nos llegan los sonidos alegres de algunos pájaros exóticos, y de tanto en tanto, los gritos de los chimpancés salvajes...

Este artículo apareció por primera vez en el número de Noviembre de 2013 de la revista AFROKAIRÓS.


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