UN TESORO AZTECA EN LOS PIRINEOS DE CATALUÑA
Dicen que en Toloriu, un pequeño pueblo de los Pirineos catalanes, se encuentra el tesoro de una princesa azteca, Xipahuatzin (o Xipaguazín). Esta historia, como todas las que hacen referencia a princesas, viene entremezclada de leyenda. Y el tesoro, como en todas las historias de tesoros, ha ido creciendo con los años.
Todo empieza en la fachada de la iglesia de Sant Jaume de Toloriu, en el centro del
pueblo, donde leo una placa con un texto en francés:
LE CHAPITRE DES CHEVALIERS DE L’ORDRE DE
LA
COURONNE AZTEQUE DE FRANCE
A LA MEMOIRE DE
S.A.I. PRINCESSE XIPAGUAZIN OCTEZUMA
EPOUSE DU NOBLE JUAN DE GRAU
BARON DE TOLORIU
DECEDEE EN L’AN 1537
1963 CHEVALIER L. VILAR PRADAL DE MIR
L. Vilar Pradal de Mir era en realidad Guillem III
de Grau-Moctezuma, el último descendiente de la princesa Xipahuatzin, que en los años sesenta se dedicó a estafar a
burgueses de la Barcelona franquista vendiéndoles títulos nobiliarios aztecas
que se inventaba. Su sangre real mexicana ya estaba más que diluida y no había
pisado nunca su México ancestral, pero eso no impidió que el aristócrata
repartiera títulos y prebendas imaginarios a los esnobs que pudieran pagar por
ellos las sumas cuantiosas que el príncipe repartía.
Sí parece cierto el dato histórico de que una
descendiente de Moctezuma Xocoyotzin,
Huey Tlatoani de Tenochtitlán, emperador de los mexicas entre 1502 y 1520,
murió en Toloriu el 10 de enero de 1537. Al menos existe una copia de la partida
de defunción de María Xipahuatzin de
Moctezuma extendida por el párroco de Toloriu y Bar donde se lee que la
mujer fue enterrada bajo el altar mayor de la iglesia de Sant Jaume del pueblo.
Otro documento histórico en el que se menciona la
princesa es el testamento otorgado en Toloriu delante el notario Manuel Pallàs
de Torrents de Benabarre el 7 de noviembre de 1536 por el cual María
Xipahuatzin cedía todos su derechos de sucesión al imperio azteca a su hijo
Joan Pere Jaume Grau-Moctezuma, nacido el 5 de mayo de 1536 de su unión con
Joan Grau i Ribó, barón de Toloriu, y bautizado en la iglesia de Toloriu al
cabo de doce días. En el mismo documento se menciona curiosamente que la
princesa era soltera, cosa que ha hecho que muchos historiadores plantearan
varias hipótesis sobre su presencia en tierras del señor de Grau. Hubiera sido
raptada, amancebada o simplemente traída como rehén a tierras del Alt Urgell,
parece que la historia de cómo una princesa azteca terminó en el Pirineo
Catalán, es la siguiente:
Sobre la princesa azteca
Durante la conquista de México por parte de Hernán
Cortés, éste se hizo acompañar de lugartenientes de toda la Península Ibérica.
Uno de ellos fue Juan Grau IV, barón de
Toloriu, que comandó parte del ejército.
Al llegar a la capital mexica, Tenochtitlán, los
ibéricos fueron bien recibidos, ya que el mismo emperador Moctezuma pensó que Cortés era el dios Quetzalcóatl. Sus 400
hombres, 40 caballos y más de 3.000 aliados Tlaxcaltecas fueron alojados en el
palacio de Axayácatl, el padre de Moctezuma. Cortés acabó capturando a Moctezuma a pesar de los varios regalos
que éste le hizo (entre ellos seguramente el llamado Penacho de Moctezuma, que tras
varias vicisitudes terminó llegando al Museo de Etnología de Viena).
Parece ser que Moctezuma y Cortés terminaron
haciéndose amigos, cosa que acabó indignando a su propio pueblo, que le vieron
como un traidor. Después de una matanza
provocada por Pedro de Alvarado, Cortés quiso que Moctezuma hablara a su pueblo
para calmarlo y los mexicas se rebelaron lanzando piedras contra el emperador.
Una de las piedras le dio de lleno a la cabeza y al cabo de poco Moctezuma
moría de la herida. El cronista Bernal
Díaz del Castillo escribiría sobre el episodio en Historia Verdadera de la
Conquista de la Nueva España:
Y Cortés lloró por él, y todos
nuestros capitanes y soldados, […], de los que le conoscíamos y tratábamos, que
fue tan llorado como si fuera nuestro padre, y no nos hemos de maravillar
dello, viendo que tan bueno era. Y decían que había diez y siete años que
reinaba e que fue el mejor rey que en México había habido, e que por su persona
había vencido tres desafíos que tuvo sobre las tierras que sojuzgó.
Según cuenta la leyenda, a causa de la amistad que
surgió entre Cortés y Moctezuma, éste último, previendo la reacción de su
pueblo, pidió al conquistador que cuidara de sus hijos. Hernando de Alvarado Tezozómoc describe en su crónica Mexicáyotl
(1598) que Moctezuma tuvo diecinueve hijos: tres de su emperatriz Miaxochitl, y los demás de sus dos
reinas, varias esposas reales y unas cuantas concubinas.
El único hijo de la emperatriz (y por tanto con
derechos dinásticos) fue Tlacahuepantzin
de Moctezuma, rebautizado como Pedro. Murió en 1570 y su hijo, Diego Luis
de Moctezuma, fue llevado a España donde se casó con Francisca de la Cueva y
Valenzuela. El hijo de éstos, Pedro Tesifón, renunció a los derechos dinásticos
del imperio azteca a cambio del Ducado
de Moctezuma de Tultengo, que todavía existe.
Otra descendiente famosa de Moctezuma fue Tecuichpo Ixcaxochitzin, llamada Isabel
Moctezuma, que se casó hasta seis veces y que dio a Cortés una hija, Leonor
Cortés Moctezuma. La descendencia de Isabel Moctezuma lleva el título de Condes de Miravalle.
Sin embargo,
la princesa de nuestra historia es poco mencionada en las crónicas oficiales.
Hija de Moctezuma y la emperatriz
Miaxochitl, Xipahuatzin sería hermana de Tlacahuepantzin y por tanto, a la
renuncia de su sobrino a los derechos dinásticos, pasó a ser la única heredera legal de los títulos de emperadriz mexica.
Rebautizada como María, Xipahuatzin fue dada en matrimonio a Joan de Grau i Ribó,
barón de Toloriu, y después de su aventura mexicana, el barón y su esposa
regresaron a Cataluña hacia el año 1520 después de la llamada Noche Triste. Vivieron entre el castillo de Toloriu i Can
Vima, una masía fortificada en el camino de Martinet a el Querforadat, cerca
del pueblo de Béixec.
Sobre el tesoro azteca
Es de esperar que la princesa no hubiera viajado
sola a su nuevo destino, y se dice que le acompañaron una docena de sirvientes
mexicas para ayudarla, e incluso inicialmente un hermano que después regresaría
a México. Para el pago de los sirvientes y como dote de boda, es probable que
se hubiera llevado varias joyas y oro. Quizá ese sea el inicio de la leyenda
del tesoro, que se ha llegado a valorar en 132.000 pesos de la época.
Es posible que la crónica de Bernal Díaz del Castillo, deslumbrado por las riquezas de los
aztecas, hubiera ayudado a pensar en que parte del tesoro hubiera sido
expoliado durante la Noche Triste y llevado por los hispanos en su retirada:
[…] Pues estando que estábamos en
aquellos aposentos, como somos de tal calidad, e todo lo transcendemos e
queremos saber, cuando miramos adonde mejor y en más conveniente parte habíamos
de hacer el altar, dos de nuestros soldados, que uno de ellos era carpintero de
lo blanco, que se decía Alonso Yáñez, vio en una pared una como señal de que
había sido puerta, que estaba cerrada secretamente se abrió la puerta: y cuando
fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron
tanto número de joyas de oro e planchas, y tejuelos muchos, y piedras de
chalchihuites y otras grandes riquezas, y luego lo supimos entre todos los
demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver […]
La leyenda del tesoro tomaría más consistencia a
principios del siglo XX, cuando los caseros de Can Vima llevaron algunas viejas monedas de oro al banquero Calçot
de la Seu d’Urgell. En realidad si hubiera existido el tesoro nunca se habría
compuesto de monedas de oro, puesto que los mexicas no acuñaban moneda, sino
que hacían trueque o utilizaban granos de caco, cañones de pluma de ave llenos
de oro o pequeñas porciones de cobre.
Cualquier mención a un tesoro acaba llamando la
atención, y en 1934 un par de aventureros alemanes llegaron al pueblo,
compraron los terrenos alrededor de la masía (por 3.000 pesetas de la época) y
se dedicaron a excavar dentro y fuera de la casa buscando un tesoro que no apareció por ningún
sitio.
Entonces llegó la Guerra Civil y en un acto
vandálico (o quizás como consecuencia de la búsqueda del tesoro), la iglesia de
Sant Jaume fue saqueada, la tumba de Xipahuatzin violada y el ábside
destrozado.
Vista posterior de la iglesia de Sant Jaume de Toloriu con su ábside reconstruido. |
Actualmente la pared posterior de la iglesia está
reconstruida de forma plana (ya no existe el ábside), por lo que la tumba
principesca, que se encontraba bajo el altar, posiblemente ahora se encuentra
bajo esta pared o junto a ella, en el área del cementerio anexo. Se distinguen
varias lápidas con el apellido Grau, pero los
restos de la tumba de la princesa Xipahuatzin yacen seguramente bajo tierra.
Pero, ¿existió realmente el tesoro?
Francamente, lo dudo. Si hubo algo de oro y joyas, la princesa o su esposo se lo gastaron durante
el tiempo que vivieron.
Por internet corre también la teoría de que la
princesa habría sido enterrada con honores, según el ritual azteca y por lo
tanto con profusión de joyas de su tesoro. Pero no tiene demasiado sentido si
se trataba de un entierro católico en el interior de una iglesia y en teoría se
había convertido al cristianismo hacía ya varios años. En todo caso, si fue así
las joyas desaparecieron cuando la tumba fue profanada.
Si existió el tesoro, y realmente la princesa lo
escondió en algún sitio, podría encontrarse entre las ruinas del castillo de
Toloriu, destruido por los franceses en el siglo XVIII y del cual sólo queda
media torre circular, la llamada Torre dels Moros, o en Casa Vima. Quizá es por
ello que cada dos por tres aparecen aventureros con picos y palas para hacer
prospecciones. Incluso hay quien asegura que unos alemanes de las SS estuvieron por aquí entre 1939 y 1941 buscando
para Hitler el tesoro de Moctezuma (aunque eso más bien parezca salido del
guión para una nueva película de Indiana Jones). Pero que la princesa hubiera
enterrado el tesoro en vida no tiene mucho sentido si ya sabía que estaba
esperando un hijo y le cedió a éste ante notario los derechos al trono azteca.
¿No le hubiera dejado también el tesoro para que pudiera gozar de él en vez de
esconderlo para que nadie lo encontrara?
Soy de la opinión de que el poco oro y joyas que
llegaron a Toloriu hace tiempo que ya se lo gastaron. El tesoro pirenaico de la princesa azteca, pues, no existe. Al
menos tal y como se lo imagina la mayoría, formado por oro y joyas.
Pero para mí
hay otro tesoro que sí que existe pero que nunca será encontrado, por más
que uno empiece a escarbar el suelo de toda la montaña.
Este tesoro es, como todos los que valen la pena, el
conocimiento: lo que daría yo por saber qué impresiones tuvo la
princesa al llegar por primera vez a este pueblecito perdido en medio de las frías
y salvajes montañas de Cataluña y lo que pensó de su nuevo hogar.
¿Se adaptó fácilmente a su nueva vida alejada de su
México natal?
¿Se sintió desubicada?
Y lo más importante: ¿Fue feliz?
Todas las fotografías fueron tomadas durante la
excursión de descubrimiento organizada por la Asociación Mexcat.
Para aquellos interesados en conocer la figura de
Guillem Grau, el escritor mexicano de origen catalán Jordi Soler tiene un libro
reciente, Ese príncipe que fui, que
detalla su biografía en clave de humor.