EL VOLCÁN PARICUTÍN SURGIÓ DE UN TEMBLOR
La tierra se estremeció, una y otra vez. Las copas de los pinos cercanos se sacudieron como movidas por un viento violento. Algunos pájaros emprendieron el vuelo con sonoros graznidos. Dionisio Pulido, un agricultor de la zona, estaba quemando ramas en el campo de don Bernardino Rangel, cuando la tierra se abrió en una bocanada súbita y un pino cercano empezó a arder. Incapaz de comprender lo que está sucediendo, salió despavorido hacia el pueblo de Paricutín, donde vivía con su esposa e hijo, gritando: «¡Se acaba el mundo, se acaba el mundo...!». Era el sábado 20 de febrero de 1943.EL VOLCÁN HOY DÍA
Más de setenta años después visité el lugar donde nació el volcán Paricutín, en una zona montañosa del centro del Estado de Michoacán, en México. De la grieta que vio Dionisio Pulido empezó a salir humo, cenizas y lava, y poco a poco durante los nueve años, once días y diez horas siguientes varias coladas de lava invadieron un área de 40 km cuadrados y levantaron un cono volcánico que se erige 420 metros por encima de los campos de lava.
Aún
hoy la región del volcán, como aquí le llaman, aparece desolada, como un vasto
desierto de rocas ígneas puntiagudas y frágiles en el que, sin embargo, empieza
a brotar la vida. Entre el negro profundo de la lava solidificada empiezan a
verse los verdes brotes de algunas plantas que empiezan a reconquistar el
terreno que el volcán les quitó. Para que los bosques de pinos vuelvan a
colonizar el área todavía tienen que pasar muchos años, y para que los campos
de maíz puedan volver a ser conreados por descendientes de Dionisio Pulido,
tienen que pasar siglos.
De
momento, el área es el sitio perfecto para una excursión a su cima llena de
aventura. Unos cuantos indios alquilan caballos para poder llegar fácilmente
hasta el borde del cono volcánico sin tener que cansarse en el camino lleno de
ceniza volcánica. Desde hace pocos años, unos jeeps hacen también la función
buscando además sorprender a los pasajeros subiendo y bajando alocadamente por
rampas que parecen dunas. En todo caso, para subir a lo alto del volcán es
necesario andar, ya que el último tramo para superar su cono es una larga
subida empinada por un terreno inestable de polvo, ceniza y roca pequeña.
Las
botas se me llenaban de ceniza gris a medida que mis pasos me acercaban a la
cima, pero preferí esperar a llegar hasta arriba para descansar y sacudírmelas.
Un aire fresco se levantaba del valle de Angahuan, la ciudad más cercana, y
recogiendo el aroma de los pinos cercanos me llegaba perfumado cerca de la
cima. Al cabo de cuarenta minutos de ascensión llegué finalmente a lo alto del
cono. Un camino recorre el margen superior del cono, dejando el centro unos
cien metros más abajo. La oxidación de los diferentes tipos de lava ha creado
una sorprendente paleta de ocres, marrones y rojizos que rivalizarían con la de
cualquier pintor. Un camino bajaba hasta el fondo del centro del volcán, pero
no lo seguí y me concentré en las vistas que se dominan desde lo alto del
Paricutín, y contemplé desde la cima los estragos causados más de medio siglo
atrás por el volcán.
Casi
hasta donde abarca la vista la extensión de lava se extiende en lenguas pétreas
desde el centro del volcán, como si mares de de pintura negra se hubiera
derramado desde lo alto. Solo al fondo se distinguen algunos bosques intactos,
mientras jóvenes pinos empiezan a brotar entre los escombros del volcán. Al
norte y al sur un par de fumarolas aporta vapor a las nubes que empiezan a
formarse en el cielo. Desde 1952 ya no arroja lava, pero la actividad del
volcán se mantiene en un par de focos de fumarolas, donde la piedra está
caliente y hecha hilachos de vapor al aire. En el interior del cono distingo
también algunas fuentes de vapor. Acerco la mano a una de las fumarolas, casi a
tocar del azufre cristalizado en la roca, y siento el calor infernal que quema
al contacto. Acercando la oreja a la tierra pude escuchar el siseo del gas
saliendo al exterior. El volcán no está extinguido, sino durmiendo. La tierra
aun está viva en el Paricutín.
Di
la vuelta al cono, subiendo una pequeña cuesta el lado oeste y descansé unos
instantes admirando las vistas. A lo lejos, en medio del campo de lava, vi algo
que sobresalía de entre la capa pétrea. Me sorprendí y aunque me parecía que
era lo que veía, tuve que sacar una foto y hacer un zoom con la cámara. Entonces
lo vi perfectamente, un campanario que se levantaba por entre la lava
solidificada…
Bajé
del volcán en menos de cinco minutos, por la rampa sur que se ha convertido
casi en un tobogán de ceniza y tierra, hasta llegar a la entrada controlada, y
pregunté al par de hombres que custodiaban la pequeña garita qué era lo que
había visto.
–¡Oh,
eso es cosa del Señor de los Milagros! –me dijeron–. ¡Esa es la iglesia de San
Juan de Parangaricutiro!
LOS PUEBLOS DEL VOLCÁN
Dos
pueblos fueron completamente sepultados bajo las cenizas y la lava del volcán.
Afortunadamente, hubo suficiente tiempo para abandonar las casas y nadie
resultó herido. Hay quien dice que el volcán surgió como castigo por la mala
relación vecinal que tenían los dos pueblos. El de Paricutín, más cercano al
punto donde nacería el volcán, era poblado por gente local, purépecha, una
antigua raza nunca sojuzgada por los aztecas y que fueron los últimos que
conquistaron los españoles. Era también el pueblo más viejo, fundado en 1599. Unos
kilómetros más al norte estaba San Juan Parangaricutiro, fundado posteriormente
en unas tierras que les habían cedido los vecinos de Paricutín. Pero los nuevos
vecinos parece que terminaron apropiándose de más tierras que no habían sido
cedidas, y de allí empezaron las rencillas entre los dos pueblos. En febrero de 1941, dos años antes de la
erupción del volcán, los de San Juan celebraron una misa en el cerro de
Tancítaro próximo y aprovecharon para plantar una cruz que querían que marcara
el nuevo lindero. Los de Paricutín fueron una noche y la derribaron. El
siguiente año, una plaga de insectos atacó los campos de maíz de las dos
comunidades. Dicen que ese fue el primer presagio de que algo grave iba a
suceder, aunque geológicamente el primer aviso fue el gran temblor de tierras
que sacudió la comarca doce días antes del nacimiento del volcán.
La
lava empezó a avanzar poco a poco, y dos meses después del inicio los vecinos
de Paricutín tuvieron que abandonar sus casas. Con el tiempo, las cabañas de
madera quedarían cubiertas de cenizas (llegaron incluso a 240 kilómetros del
volcán), pero cuando llegó la lava, las llamas del incendio del pueblo
iluminaron el cielo nocturno de toda una noche. Incluso la iglesia de piedra
quedó sepultada bajo treinta metros de lava solidificada. Sus vecinos fueron
alojados momentáneamente en los pueblos cercanos, hasta que el Gobierno les
cedió unas tierras cerca de la ciudad de Uruapana y la estación de tren de
Caltzontzin, y que ellos rebautizaron como Paricutín.
En
mayo del año siguiente la lava ya llegaba al cementerio de San Juan
Parangaricutiro, y fue entonces el momento de que sus habitantes partieran.
Recogieron sus pertenencias e incluso vaciaron el interior de la iglesia,
llevándose la imagen que había protegido el templo hasta entonces, el Señor de los
Milagros, un cristo crucificado del siglo XVI. Los vecinos acabaron fundando un
nuevo pueblo a pocos kilómetros de ahí, Nuevo San Juan Parangaricutiro, y
construyeron una nueva basílica para su imagen. Con el tiempo, su nombre sería
profético y su devoción mucho mayor, puesto que lo que pasó con la antigua
iglesia del pueblo abandonado al volcán fue casi un milagro: cuando la lava
había llegado hasta los muros de la iglesia y había empezado entrar por la
puerta principal y por algunos muros derruidos, antes de que llegara a cubrirla
del todo y llegara hasta el ábside donde había estado colgado el cristo
milagroso, el volcán cesó su actividad.
Aun
hoy puede observarse la lava petrificada a un metro de distancia del ábside,
como si una varita mágica la hubiera convertido en roca. Hay quien dice que si
la lava viene del infierno fue el Señor de los Milagros quien impidió que
siguiera y mancillara su sacro lugar. Cada cual puede pensar lo que crea, pero,
incluso no creyendo, la imagen de las paredes de la iglesia y el campanario
surgiendo de la lava negra y el ábside lleno de ofrendas de flores y guirnaldas
invitan a la reflexión…
Puedes escuchar las sensaciones de subir al volcán PARICUTIN en el programa que le dedicamos en en Radio Asturias, en el programa La Buena Tarde.
En la película ROUGH MAGIC, con Bridget Fonda y Russell Crowe, aparecen algunas imágenes de la iglesia cubierta de lava. Puedes ver un extracto de la película en esta entrada del blog.
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