Cuando Alejandro
Dumas buscó una prisión recóndita para que a su personaje Edmont Dantès le fuera
imposible de escapar en la novela El
Conde de Montecristo, el autor francés escogió el Château d’If, una fortaleza medieval en una minúscula isla delante
de Marsella. Francisco I la mandó construir en 1529 para controlar la ciudad,
entonces recién incorporada en su reino. La función defensiva del Château d’If
fue sustituida más adelante por las otras dos grandes islas del archipiélago de
Frioul, y a las paredes gruesas y húmedas de la fortaleza se le dio la función
de prisión estatal a partir del siglo XVII, cuando se encerraron a más de 3.500
hugonotes antes de ser mandados a galeras.
En la obra de
Dumas, el personaje principal logra escapar de la prisión, pero en la realidad,
ningún prisionero logró evadir el recinto ni salir de la isla. Hoy en día es un
punto de parada obligatoria para los barcos llenos de turistas que parten del
Puerto Viejo de Marsella y recorren el par de kilómetros hasta la isla de If,
con su castillo, y el resto de islas del archipiélago de Frioul.
El destino de estas
embarcaciones turísticas es el gran puerto de Frioul, en la isla de Ratonneau.
Fue en esta misma ensenada que en el año 49 a.C. recaló la flota romana que
sitió la ciudad. No lejos de la isla, en Grand Congloué, el comandante Jacques
Yves Cousteau encontró en 1952 el mayor cargamento de ánforas y vajilla en un
barco romano hundido frente a la costa en el siglo II a.C., cosa que demuestra
el enorme tráfico comercial marítimo que desde la antigüedad pasa por estas
aguas.
Junto al puerto se
alza un pequeño grupo de casas donde viven el centenar de habitantes del
archipiélago, y en los bajos de los edificios se encuentran algunas tiendas de
artículos de baño y media docena de restaurantes que dan servicio a los casi
cuatrocientos mil turistas que visitan cada año las islas.
Desde la pequeña
villa parten varios senderos que se internan en la isla y permiten descubrir
las calas escondidas y los cabos rocosos en que la blanca piedra calcárea se
alza, en pequeños acantilados, sobre el azul intenso del mar. Empezaremos a
descubrir también algunos de los restos de edificaciones erigidas en la isla
por su interés estratégico. No lejos del pueblo se alza el Fuerte de Ratonneau,
cuyas primeras piedras fueron colocadas en la época de Enrique IV (siglo XVI) y
posteriormente fue modificado hasta la Segunda Guerra Mundial.
Al otro lado de
una pequeña bahía se ven las ruinas del Hospital Caroline, un lazareto
construido entre 1823 y 1828 por Michel-Robert Penchaud. El uso del hospital
era mantener aislados a los enfermos durante la cuarentena que los navíos que
llegaban a Marsella procedentes de África u Oriente tenían que realizar. El
estilo neoclásico del complejo arquitectónico incluyó una capilla en la plaza
central con forma de templo griego del cual todavía hoy se mantienen en pie
unas cuantas columnas y el frontón. El lazareto estuvo en funcionamiento hasta
1941, pero tres años después fue casi destruido por los bombardeos aliados que
liberaron finalmente Marsella de la ocupación nazi. Actualmente está
considerado monumento histórico y se está trabajando en su conservación.
Desde el pueblo de
Ratonneau puede cruzarse a la isla de Pomègues por el dique de piedra que desde
1822 une a las dos islas. En esta isla más grande (2,7 km de largo en vez de
los 2,5 de la de Ratonneau) no vive nadie. Solamente la vida vegetal y animal
están presentes entre las viejas ruinas militares diseminadas por la isla y
accesibles por una buena red de senderos. Es junto a estos caminos que sortean
pequeñas bahías de aguas transparentes o remontan bajas colinas, donde podremos
descubrir algunas de las 350 especies de plantas que habitan en el
archipiélago. Catorce de ellas son raras y están protegidas, como el astrágalo
de Marsella (Astragalus massiliensis),
una planta leguminosa adaptada al ambiente salino próximo al mar. Nos
encantarán las frágiles azucenas de mar (Pancratium
maritimum), de un blanco puro, o las pequeñas siemprevivas (Limonium minutum) que crecen entre las
rocas.
Delante de una
pequeña cala protegida, donde anclan algunos barcos y donde se mantiene una
pequeña piscifactoría con cercados redondos flotando en el mar, se alza, sobre
una colina, una torre que parece surgida de una novela de aventuras. Es
pequeña, cuadrada como un cubo y con anchas almenas de un blanco que se
confunde con la piedra sobre la que está construido el castillo. Es la Torre de
Poméguet, y aunque parece medieval, fue erigida en 1846. Es una magnífica
atalaya para poder ver desde aquí la
ciudad de Marsella, con su Puerto Viejo en la base y la basílica de Nôtre Dame
de la Garde encaramada sobre la montaña. También veremos el tráfico continuo de
grandes barcos y ferries, procedentes de Italia o del Norte de África.
Desde la Torre de
Poméguet también podremos distinguir el antiguo semáforo de Pomègues, que desde
1906 hasta 1999 sirvió para poder enviar mensajes visuales a lo largo de la
costa. Muy cerca de él, al final casi de la isla, nos encontraremos los restos
de los búnkers, nidos de ametralladora y cañones que los alemanes instalaron
aquí para proteger a Marsella de una invasión aliada.
En 1975 el ejército cedió
finalmente las islas a la ciudad y, convertidas en un Parque Natural Marítimo
son hoy en día una de las principales atracciones para sus habitantes. Muchos
de ellos vienen aquí para ver las aves que se refugian en las islas. Entre las
casernas en ruinas es muy fácil ver algunos polluelos de gaviota patiamarilla (Larus michahellis), con plumaje que
parece de algodón. Son los pájaros más comunes del archipiélago, y los más
agresivos: si nos acercamos a los polluelos o a una puesta de huevos camuflada
entre las piedras seguro que los adultos nos atacarán con vuelos rasantes para
intentar golpearnos la cabeza con sus fuertes picos amarillos. Otros pájaros
será más difíciles de ver, como el halcón peregrino (Falco peregrinus) que a veces sobrevuela las islas o el azulado
roquero solitario (Monticola solitarius),
que salta por entre las rocas buscando alimento. Con un poco de suerte podremos
vislumbrar el dragoncillo (Euleptes
europaea), un pequeño reptil autóctono que, como las lagartijas, se
alimenta de pequeños insectos y vive en las oquedades de las rocas.
Pero seguramente el
animal más sorprendente que alguna vez haya pisado las islas Frioul fue el
rinoceronte que a principios del 1516 hizo escala en If. Viajaba a bordo de una
nao portuguesa con destino a Roma, y era el regalo con el que el rey Manuel I
de Portugal deseaba congraciarse con el papa León X. El animal había sido en su
momento un regalo del Sultán Muzafar II al rey de Portugal, y causó sensación
en Europa, ya que no se veía ningún rinoceronte desde la época del Imperio
Romano. Tanta fue la curiosidad, que el mismo rey Francisco I viajó hasta la
isla de If para ir a verlo y la nave hizo escala delante de Marsella para
complacer al rey francés. Otros testigos oculares describieron después como era
el animal a Albrecht Dürer, el más famoso artista del Renacimiento alemán, que se
inspiró en esas descripciones para realizar el grabado del rinoceronte que
actualmente se encuentra en el Museo Británico de Londres y que se considera
una de las primeras ilustraciones realistas de un rinoceronte.
Una escultura de
barrotes de acero inoxidable recuerda, en el pequeño paseo marítimo del puerto
de Ratonneau, la figura del histórico animal, y un pequeño cartel explica como
inspiró el grabado de Dürer.
En realidad, el
rinoceronte bocetado por el artista alemán distaba mucho de ser convincente,
pero el papa de Roma tuvo que conformarse con ese retrato para verlo en su
esplendor. El barco en que el rinoceronte hizo el último tramo de mar naufragó
en la costa de Liguria, y como el animal iba bien sujeto con cadenas en la
cubierta del barco, murió ahogado. Sus restos se recuperaron después, y la piel
se envió de nuevo a Lisboa para rellenarla de paja. Cuando el animal disecado
fue reenviado a Italia, la expectación en el Vaticano fue, como es de suponer,
mucho más limitada de lo que había sido el animal vivo…
Cuando naveguemos
de nuevo en el barco de regreso a Marsella y pasemos por delante de la isla de
If, la silueta del castillo nos recordará la figura del Conde de Montecristo.
El pequeño paraíso natural en que se han convertido las islas Frioul en la
actualidad podría haber cambiado la mentalidad del famoso prisionero.
Posiblemente, si hubiera conocido todo lo que en realidad las islas podían
ofrecerle, quizá nunca hubiera deseado escapar de ellas…
GUÍA PRÁCTICA:
COMO IR
Un servicio de
ferry diario da acceso al archipiélago de Frioul con parada a la isla de If con
varios horarios durante todo el día. Las embarcaciones salen del Quai de la
Fraternité, en el extremo del Viejo Puerto de Marsella, por lo que navegando en
ellas podremos ver también todo el puerto y las fortalezas de su entrada.
Consultar en www.frioul-if-express.com
CUANDO IR
La mejor época para
ir es primavera, cuando las plantas están floridas y el calor todavía no es
exagerado. En verano, el calor puede ser un poco sofocante, pero las playas y
el mar están en su época perfecta.
DONDE COMER
En el pueblo de
Ratonneau existen varios restaurantes que sirven la especialidad local, sopa de
pescado bouillabaisse y otros platos principalmente de pescado y mariscos.
Consultar en www.marseille-tourisme.com
Si vas al sur de Francia
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Puedes escuchar algunas recomendaciones sobre
la ruta natural de las Islas Frioul en el programa que le dedicamos en en Radio
Asturias, en el programa La Buena Tarde.
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