Cocodrilos, hipopótamos, ibis, leones, gatos,
chacales, perros, bueyes, cabras, gacelas, cobras, mangostas,… Todos estos
animales tienen algo en común: vivían en el Antiguo Egipto y de una forma u
otra fueron representados por sus artistas.
Por primera vez en Barcelona tenemos la
posibilidad de ver como los antiguos egipcios representaron al mundo animal en
sus obras de arte y comprender hasta qué punto la naturaleza estuvo presente en
la cultura del Egipto faraónico.
Del 23 de septiembre de 2015 al 10 de enero
del 2016 el Caixaforum de Barcelona muestra la exposición Animales y Faraones, El Reino Animal en el
Antiguo Egipto.
Justo a la entrada de la exposición ya
reciben al visitante unos cuantos animales disecados de los que después van a
estar presentes en las piezas de arte: entre ellos un buitre, uno de los animales
más simbólicos del Egipto faraónico, puesto que la diosa Nejbet, representante del Alto Egipto, se representaba como un
buitre blanco. Quizá sea este el mejor ejemplo para descubrir que los
prejuicios o simpatías acerca de ciertos animales han variado mucho desde la
época de los faraones.
Desde los tiempos de Clemente de Alejandría (150-215 d.C.) occidente consideró a los
egipcios como simples zoólatras, adoradores de los animales. Sin embargo,
gracias a la egiptología científica desde hace ya unos años se entiende la
relación de los egipcios con el mundo animal como una forma de captar las
manifestaciones de la esencia divina accesible a los humanos comparándolos o
asimilándolos con los animales. Los egipcios fueron grandes observadores de la
naturaleza, y se sirvieron de las imágenes simbólicas que cada uno de los
animales proyecta para usarlos como representación de distintas deidades o en
una producción artística sin igual.
En una vitrina de la exposición se explica
los usos de varios de los animales: la piel de leopardo sólo la podían usar los sacerdotes; la piel de buey era magnífica (como ahora) para la
fabricación de sandalias, y hay un par de ellas tamaño 37 que parecen acabadas
de ser utilizadas; el marfil de hipopótamo
era mucho más preciado que el de elefante, y se exhibe un precioso estuche de
escriba para sus herramientas.
Hay nueve secciones temáticas que llevan al
visitante desde la observación inicial de los animales en su medio hasta su uso
en el arte, la escritura (el 20% de los jeroglíficos son animales), la
política, religión y pensamiento egipcio, a través de más de cuatro cientas piezas
provenientes del Museo del Louvre y
con algunas obras cedidas por el Museu de Montserrat o incluso por el Museude Ciències Naturals de Barcelona.
En una vitrina, por ejemplo, se compara los
animales que habitaban el antiguo Egipto con las formas zoomorfas de algunos de
sus dioses, y el porqué de la relación. Anubis,
por ejemplo, el dios con cabeza de chacal, es el guardián de la muerte y el que
preparó el cuerpo de Osiris para su vida en el más allá, creando la primera
momia. Quizá tenga que ver que los chacales son perfectos centinelas y quizá
porqué suelen esconder los huesos bajo el suelo enterrándolos.
Tueris es la diosa de la
fertilidad y protectora de las embarazadas y los niños pequeños. Tiene cabeza y
cuerpo de hipopótamo. ¿Será porqué los egipcios conocían la ferocidad con la
que las hembras de los hipopótamos defienden a sus crías?
Uno de los animales más representados en el
Antiguo Egipto fue la esfinge, que si bien no era un animal real, sí que
es seguramente el que más asociado suele estar al país. En la exposición se
muestran algunos ejemplos, como una gran escultura de tres metros de largo cuya
cabeza, aunque muy bien recreada, es en realidad una adición del siglo XVIII a un cuerpo decapitado.
Pero quizá la obra maestra, o como mínimo la
que es más grande, es un inmenso bloque de granito rosa con cuatro figuras de babuinos levantados sobre sus patas
traseras y con las manos hacia el espectador. Los egipcios se fijaron en el comportamiento
de los babuinos durante la mañana, cuando sale y sol y los animales parecen
alborotarse y fijarse en los primeros rayos. Así representaron a sus homólogos
pétreos, adorando el sol. El bloque de piedra estaba bajo el obelisco que se
encuentra hoy en la Place de la Concorde
de Paris. Instalado en 1836, inicialmente al monolito se le puso también la
base de los babuinos, pero cuando los pudorosos parisinos vieron a los
animales, representados au naturel y
con sus partes al aire, hicieron retirar rápidamente aquellas estatuas
impúdicas hasta lo más profundo de los subterráneos del Louvre, donde han
permanecido durante todos estos años hasta el día de hoy, en que han visto de
nuevo la luz para ser apreciadas. No sólo son una obra de arte, sino que su
traslado desde Francia aquí y su instalación final en la sala del museo debería
ser contemplada también como una obra de arte de la ingeniería.
La última sección es quizá la que atraiga
mayores pasiones entre el público. Como mínimo es la más morbosa. Y es que
cuando hay momias por en medio el interés se dispara. Se trata de algunas
piezas encontradas en templos o tumbas en las que la protagonista es una momia.
Hay unos cuantos gatos, un par de ibis y un cocodrilo. Incluso en otra vitrina
se encuentra el cuerpo entero de un cabrito desecado.
La exposición cuenta con algunas imágenes de
tomografía computerizada de varias momias y permite descubrir que los
embalsamadores egipcios muchas veces servían gato por liebre: en varias de las
momias de animales bajo el apretujado fardo de vendas se encontró… nada. Una
falsificación pura y dura…
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