Situada en el sureste de Sicilia, en el Val di Noto, Ragusa es una de las ciudades en estilo barroco que se reconstruyeron tras un desastroso terremoto en el siglo XVII. También forma parte de la Ruta Montalbano que resigue los pasos del personaje creado por Andrea Camilleri.
Aquí te mostramos
QUE VER EN RAGUSA, SICILIA
Desde
el balcón de mi habitación, en el piso más elevado de un pequeño hotel en Ragusa, veía los tejados envejecidos
que empezaban a iluminarse con una luz dorada que decoraba también las faldas
boscosas de la montaña de enfrente, más allá del valle seco. Apenas eran las
siete de la mañana, pero el día de finales de invierno empezaba ya con fuerza
en ese pequeño rincón del sureste de Sicilia,
en Italia.
Me
vestí, desayuné y salí a la calle, con el paso decidido y repitiéndose en mi
cabeza la banda sonora inicial, con vistas aéreas incluidas similares a las que
acababa de ver, de la serie de televisión Comisario
Montalbano, rodadas en la región. De hecho, había venido a Sicilia
justamente para conocer la Ruta
Montalbano, un conjunto de localizaciones unidas por el hecho de que
figuran en la serie de TV o en los libros en la que se inspiró y que definen
los lugares en los que actúa e investiga crímenes el comisario Salvo Montalbano, el entrañable policía
que creó Andrea Camilleri inspirándose en su amigo, el catalán Manuel
Vázquez Montalbán, el creador de Pepe Carvalho.
Me
había leído algunas de sus más de veinte novelas publicadas, y creía conocer
los métodos de investigación de Montalbano. Los pensaba utilizar no para
estudiar un crimen, sino para desvelar un misterio: ¿Qué tenía de especial esa Ruta Montalbano para que mereciera
viajar a Sicilia?
Sfilato siciliano
Empecé
a andar por la Via del Mercato de Ragusa, la Montelusa de sus novelas, esperando llegar pronto a la plaza principal de
Ragusa, pero no tardé en ser interceptado por una señora de una cincuentena que
me interpeló desde su tienda, cinco metros por encima de mi cabeza, en la
empinada escalera que se dirigía hacia el Palazzo
Sortino Trono, un edificio barroco de finales del siglo XVIII que fue la
primera muestra de la riqueza nobiliaria de la región que reconocí. La tienda
se encontraba en la base del palacio, justo frente a la verja de hierro que le
daba acceso. La mujer me esperaba fuera.
–Venga.
Quiero enseñarle algo –me dijo sin demasiada ceremonia. Entré en la tienda,
pequeña y de techo bajo. Estaba en los sótanos del palacio, posiblemente una
antigua habitación para el almacenaje de mercancías, ahora trocado en taller de
costura.
La
mujer se llamaba Maria Guastella y
era la última de las costureras de Ragusa que realizaba la complicada técnica
del sfilato siciliano sobre tela.
Pequeña, nerviosa y siempre con una sonrisa, Maria me enseñó algunos ejemplos
de su arte, que se remontaba al siglo XIV y que se estaba extinguiendo en
Sicilia.
–Aquí
en Ragusa intentamos recuperarlo para que no se pierda. Es un trabajo muy
pesado y laborioso, que demanda mucha paciencia.
El sfilato decora telas recortando algunos de los hilos en cuadrados para reforzarlos y ornamentarlos con bordados según una técnica muy complicada y totalmente manual. Me enseñó un babero para bebé, una de las piezas más pequeñas, que tenía un par de flores como toda decoración:
El sfilato decora telas recortando algunos de los hilos en cuadrados para reforzarlos y ornamentarlos con bordados según una técnica muy complicada y totalmente manual. Me enseñó un babero para bebé, una de las piezas más pequeñas, que tenía un par de flores como toda decoración:
–Para
hacer esta pieza se tardan tres días enteros. Tenemos un grupo de mujeres,
todas jovencitas como yo –sonrió irónica–, que vienen a aprender cada día en
nuestra tienda, y lo que producen lo ponemos a la venta para que los visitantes
puedan llevarse a casa una muestra del arte siciliano.
Mientras
hablaba, me imaginaba el grupo de mujeres en esa pequeña sala que me estaba
enseñando, hablando entre hilaturas sobre los chismorreos de la calle,
comentando los escándalos del momento o lamentándose de los decesos que se
anunciaban con carteles pegados en las paredes. Supongo que, influenciado por
las películas de El Padrino y las
fotografías de Letizia Battaglia, me
las imaginaba vestidas totalmente de negro, como viudas permanentes, pero
pronto me daría cuenta de que toda esa niebla de prejuicios, todos esos
estereotipos de la Mafia, se disolvían bajo el sol de la Sicilia moderna. El
mismo empeño de la señora Maria en conservar la tradición del sfilato era una muestra de que los
tiempos estaban cambiando, y que la Sicilia de antaño iba modificándose.
Iglesias de Ragusa
A
veces, era la propia naturaleza la que actuaba como cambio. Me di cuenta de
ello frente al portal de la antigua
iglesia de San Giorgio Vecchio de Ibla. El portal, con sus arcos y un
altorelieve en la luneta que representaba a San Jorge matando al dragón, había
sido construido en estilo gótico catalán, puesto que en esos años Sicilia
formaba parte del reino de Aragón con capital en Barcelona. Incluso se podían
ver todavía el par de águilas que pertenecían al emblema del Reino de Sicilia,
iniciado en 1282 con Pere III el Gran. De esa iglesia, sin embargo, el portal y
el altar eran lo único que persistía. Y eran los únicos elementos góticos que
se podían ver en toda Ragusa, una ciudad mayoritariamente construida en estilo
barroco.
¿Cuál era la razón de esa singularidad? A Salvo Montalbano le hubiera gustado el reto de buscar la solución al enigma, pero lo hubiera tenido tan fácil como yo. Un cartel indicaba lo que había pasado: en 1693 un terrible terremoto sacudió todo el sureste de Sicilia. Varias ciudades de Val di Noto como Ragusa, Modica, Scicli y otras próximas quedaron totalmente arrasadas. La nobleza local latifundista, enriquecida por la productividad de los campos de Sicilia (que ya había sido considerada en anteriores siglos como el granero de Roma), decidió rehacer sus palacios e iglesias, y lo hizo en muy pocos años y en el estilo imperante en la época: el barroco. La ingente cantidad de obras y arquitectos en continuo trabajo cohesionó y transformó el estilo en el llamado barroco siciliano, en el que se destacan los detalles florales y rurales (que hacen referencia al origen de las riquezas) y las máscaras grotescas y niños alados (puttis) para sustentar los balcones. En 2002, esta profusión de edificios barrocos le valió a ocho ciudades de la zona de Val di Noto el hecho de ser inscritas dentro de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO por ser “representantes de la culminación y florecimiento final del arte barroco en Europa”.
Uno de los mejores ejemplos de esta arquitectura es la Catedral de San Giorgio, en la misma Ragusa, que fue diseñada en 1738 por el arquitecto siciliano Rosario Gagliardi. Su gran fachada está elevada sobre una majestuosa escalinata que la destaca aún más y la convierte en uno de los iconos de Ragusa. Elevándose hacia el cielo puro de Sicilia, una gran cúpula neoclásica corona la planta de cruz latina de la Catedral y la hace distinguible desde casi cualquier rincón de la ciudad. En la sacristía de la Catedral se guarda también lo que queda del altar gótico de San Giorgio Vecchio, una obra de 1450 realizada por la familia Gagini y que da muestra del valor que tuvo la vieja iglesia destruida por el terremoto. En el Museo del Duomo adjunto se encuentran varios objetos arqueológicos y sacros de la ciudad, pero en especial destacan los planos que Gagliardi dibujó para la construcción de la catedral. Varias de las imágenes muestran a San Jorge matando el dragón. Como santo patrón de la ciudad es venerado especialmente durante su fiesta, el 23 de abril, que en Ragusa dura 3 días. Entonces, la figura de madera policromada que se encuentra sobre uno de los portales de entrada de la Catedral es paseada por la ciudad en procesión por cofradías de hombres.
–Es un trabajo muy duro –me dijo Carmelo Massari. Alto, corpulento y con un bigote al estilo galo, parecía una versión siciliana de Obélix, pero si decía que transportar la figura era duro es que debía de serlo. La estatua pesa varios centenares de quilos y es por ello que las cofradías se turnan para transportarla. Carmelo era uno de los miembros destacados de la Associazione Portatori San Giorgio Martire “Don Peppino Firrincieli” de Ragusa.
¿Cuál era la razón de esa singularidad? A Salvo Montalbano le hubiera gustado el reto de buscar la solución al enigma, pero lo hubiera tenido tan fácil como yo. Un cartel indicaba lo que había pasado: en 1693 un terrible terremoto sacudió todo el sureste de Sicilia. Varias ciudades de Val di Noto como Ragusa, Modica, Scicli y otras próximas quedaron totalmente arrasadas. La nobleza local latifundista, enriquecida por la productividad de los campos de Sicilia (que ya había sido considerada en anteriores siglos como el granero de Roma), decidió rehacer sus palacios e iglesias, y lo hizo en muy pocos años y en el estilo imperante en la época: el barroco. La ingente cantidad de obras y arquitectos en continuo trabajo cohesionó y transformó el estilo en el llamado barroco siciliano, en el que se destacan los detalles florales y rurales (que hacen referencia al origen de las riquezas) y las máscaras grotescas y niños alados (puttis) para sustentar los balcones. En 2002, esta profusión de edificios barrocos le valió a ocho ciudades de la zona de Val di Noto el hecho de ser inscritas dentro de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO por ser “representantes de la culminación y florecimiento final del arte barroco en Europa”.
Uno de los mejores ejemplos de esta arquitectura es la Catedral de San Giorgio, en la misma Ragusa, que fue diseñada en 1738 por el arquitecto siciliano Rosario Gagliardi. Su gran fachada está elevada sobre una majestuosa escalinata que la destaca aún más y la convierte en uno de los iconos de Ragusa. Elevándose hacia el cielo puro de Sicilia, una gran cúpula neoclásica corona la planta de cruz latina de la Catedral y la hace distinguible desde casi cualquier rincón de la ciudad. En la sacristía de la Catedral se guarda también lo que queda del altar gótico de San Giorgio Vecchio, una obra de 1450 realizada por la familia Gagini y que da muestra del valor que tuvo la vieja iglesia destruida por el terremoto. En el Museo del Duomo adjunto se encuentran varios objetos arqueológicos y sacros de la ciudad, pero en especial destacan los planos que Gagliardi dibujó para la construcción de la catedral. Varias de las imágenes muestran a San Jorge matando el dragón. Como santo patrón de la ciudad es venerado especialmente durante su fiesta, el 23 de abril, que en Ragusa dura 3 días. Entonces, la figura de madera policromada que se encuentra sobre uno de los portales de entrada de la Catedral es paseada por la ciudad en procesión por cofradías de hombres.
–Es un trabajo muy duro –me dijo Carmelo Massari. Alto, corpulento y con un bigote al estilo galo, parecía una versión siciliana de Obélix, pero si decía que transportar la figura era duro es que debía de serlo. La estatua pesa varios centenares de quilos y es por ello que las cofradías se turnan para transportarla. Carmelo era uno de los miembros destacados de la Associazione Portatori San Giorgio Martire “Don Peppino Firrincieli” de Ragusa.
Hablamos
en su negocio, el Antico Forno San Giorgio, una pequeña panadería cercana a la
catedral que regenta con su esposa. Aquí servían varios de los tradicionales
panes dulces y salados de Ragusa: arancine,
impanate y focaccie rellenos de caciocavallo ragusano, un delicioso queso
salado con denominación de origen. Aproveché para hacer una rápida comida
mientras seguía con mis pesquisas. Entre bocado y bocado escuchaba a Massari
relatar lo complejo de la ceremonia y lo difícil de algunos de sus pasos,
especialmente el descenso de los escalones de la gran escalinata, cuando las
puertas principales de la catedral se abren para la ocasión.
Ragusa aristócrata
Vi
una foto de esa misma escalera, pero más de cien años antes, en una de las
estancias del PalazzoArezzo di Trifiletti. Entré ahí invitado por su propietario, Domenico Arezzo, el último descendiente
de una familia noble, que me recibió junto a la escalinata de entrada, bajo un
elegante arco de piedra negra. Se dice que en la Sicilia del siglo XVII había
más aristócratas por metro cuadrado que en cualquier otro país, con más de 228
familias nobles. Varias de ellas habitaban Ragusa, y lo hacían en palacios
nobles que se reconstruyeron después del terremoto. El palacio de los Arezzo di Trifiletti no es quizá el que
tenga la fachada más bonita de todo Ragusa, pero sí el que tiene las vistas más
bonitas. Me las enseñó el propietario, que no resultó ser el estirado y esnob
aristócrata que esperaba encontrar visitando un palacio, sino un afable y
entusiasta hombre de negocios que, en sus cuarenta, se dedicaba a cuidar del
palacio familiar con ingenio y humor.
–En las estancias de palacio –me dijo– se entra por al Hall, con cuadros de los ancestros colgados de las paredes empapeladas. Yo y mi hermana tenemos nuestras fotos en la sala de al lado. Y espero que siga así durante muchos años, porque en el Hall solo están los cuadros de los que ya han muerto –añadió con una sonrisa burlona.
–En las estancias de palacio –me dijo– se entra por al Hall, con cuadros de los ancestros colgados de las paredes empapeladas. Yo y mi hermana tenemos nuestras fotos en la sala de al lado. Y espero que siga así durante muchos años, porque en el Hall solo están los cuadros de los que ya han muerto –añadió con una sonrisa burlona.
El
cuadro más importante es el del Barón Carmelo Arezzo, quien compró el palacio
en 1850 para establecerse en Ragusa.
–Desde
entonces mi familia ha vivido siempre aquí –me dijo Domenico–. Con el paso de
los años, sin embargo, la mayor parte de las habitaciones del palacio ya no se
usaban. Las abríamos solo para Navidad y San Jorge, las dos grandes fiestas del
año.
Desde
hace unos años, sin embargo, abren cada día. Las magníficas salas decoradas del
palacio y sobre todo las vistas sobre la Piazza
del Duomo y de la Catedral de San Giorgio la convierten en un escenario
ideal para la celebración de eventos de todo tipo, desde exposiciones a catas
de vinos, encuentros empresariales, cenas o aperitivos.
–Es
una forma de generar suficientes ingresos como para poder pagar los costes del
mantenimiento –me confesó Domenico– y ello nos permite mostrar al público con
satisfacción nuestro patrimonio.
Colgada
en una pared vi la foto en blanco y negro de las vistas de la plaza desde el
mismo balcón en el que me encontraba contemplando la Catedral, más allá de la
plaza. Su escalinata aún no tenía la verja que la protege, ya que la foto fue
tomada en 1887, años antes de que se instalara. En ella se veía la plaza entera
llena de hombres trajeados, la mayoría con sombrero, vestidos de negro y
mirando hacia el centro de la plaza, donde la escultura de San Jorge en su
parihuela trotaba sobre los hombros de una congregación. Solo se veían hombres.
Las mujeres, en esa época, no podían estar presentes en los festejos públicos.
“Tenían que permanecer en casa cocinando y cosiendo”, me confirmó Domenico,
avergonzado por el comportamiento machista de sus antepasados.
Esa
época ha pasado ya, y ahora las mujeres sí pueden asistir a la fiesta. Los
tiempos han cambiado, y la mujer siciliana ocupa todos los estamentos de la
sociedad de la isla. En la Universidad de Catania, con una sede en Ragusa, la mayoría
de las estudiantes son mujeres, especialmente en la Facultad de Lenguas y
Literatura Extranjera. Conocí a una de sus profesoras, Rossella Liuzzo, una elegante venezolana que regresó a la patria de
sus abuelos para enseñar literatura española. Rossella combinaba la enseñanza
con la traducción y la creación poética, y a pesar de querer con locura a esta
ciudad, tenía sentimientos contrapuestos respecto al turismo y al negocio que
había tras él: “somos una máquina de hacer turismo y dinero” me comentaba, pero
Ragusa es también algo más, “especialmente para sus estudiantes. Me gusta
pensar que es un lugar donde hay quienes tratan día a día de educar las
inteligencias y los corazones; donde hay gente que observa y lee las
experiencias de los otros seres humanos con atención, pasión y mucho, mucho
respeto”.
Para
educar las inteligencias y los corazones, además de la reciente Universidad, en
Ragusa existía ya desde 1850 otro lugar icónico: el Circolo di Conversazione, un club privado con sede frente al Palazzo
Arezzo di Trifiletti donde los hombres elegantes de la ciudad se reunían para
leer, jugar a cartas y conversar. Lo fundaron dieciocho socios iniciales al
estilo de los clubs londinenses, la mayoría de ellos pertenecientes a la
nobleza, y sus herederos conservan la facultad de entrar como socios en el
Circolo sin necesidad de respaldo, cosa que sí necesita alguien foráneo. No fue
hasta 1974 que se permitió la entrada a las mujeres, pero desde entonces son
bastantes entre los 150 socios, que se reúnen cada tarde en las varias salas
del edificio neoclásico, decorado de esfinges y cuya sala mayor es una de las
más elegantes de la ciudad. Rodeada de espejos que la magnifican, con un techo
abovedado y pintado con alegorías, refleja los intereses de la sociedad con los
retratos de cuatro grandes personajes italianos en las diferentes artes
pintados en cada esquina: Dante, Michelangelo, Galileo y Vincenzo Bellini, el
gran compositor siciliano.
Algunas
de las obras de Bellini, el mayor compositor de ópera siciliano, autor de
piezas tan famosas como Norma, La sonnambula o I Puritani, sonaron sin duda en el Teatro Donnafugata, un pequeño teatro privado que se
hicieron construir los barones de Donnafugata en su residencia familiar de
Ragusa, el palacio de los Arezzo de Spuches. El teatro ocupa lo que habían sido
los sótanos abovedados del palacio, donde tradicionalmente se guardaba el grano
y el aceite, y demuestra hasta qué punto la nobleza enriquecida de la ciudad
podía sufragar todos sus antojos. El teatro, con cabida para más de cien
personas, servía solo para las funciones privadas del rico propietario, que
accedía a su palco presidencial desde los pisos superiores a través de una
escalera disimulada. Desde el año 2000 se abrió al público para la
representación de obras de pequeño formato: ahora el patrimonio siciliano se
comparte al público.
Vi
también otro ejemplo de la recuperación histórica del arte siciliano en Rosso Cinabro, el taller de
los pintores Biagio Castilleti y Damiano Rotella. Vestidos con ropas del
siglo XIX, tocados con boina bohemia y armados con paleta y pinceles se
dedicaban a restaurar un típico carretto
siciliano para un propietario que quería usarlo para anuncios de televisión
y bodas. Increíblemente decorados con escultura y pintura, los carros
sicilianos de madera fueron usados durante todo el siglo XIX y hasta mediados
del XX. En una sociedad todavía analfabeta, sus elaborados dibujos contaban
historias y leyendas fáciles de reconocer que se propagaban por los caminos
tortuosos que conectaban las ciudades. Un solo burro tiraba del carro, que se
usaba para el transporte de personas. En los años 1920 llegaron a haber miles
en la isla, pero la llegada del automóvil, el desuso y el paso del tiempo
terminaron relegándolos al olvido, hasta que, desde hace pocos años, se están
recuperando especialmente para celebraciones y como espectáculo visual. Forman
parte, como los edificios barrocos, de un rico pasado que dejó una huella
perenne en Ragusa.
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Este
post fue publicado como artículo de viajes en el número de mayo de la revista
Magellan y fue posible gracias a SudTourism
e Ibla Resort.
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En
el programa La Buena Tarde de RTPA hablamos de Ragusa. Puedes escuchar el programa presionando aquí.
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