Allí donde el
Mediterráneo deja paso al Atlántico, más allá de la urbanizada Tánger, empieza
un trozo de costa marroquí agreste, salvaje y de un especial encanto, lleno de
riscos, cuevas oscuras, rocas desnudas y algunos de los pueblos costeros con
más encanto de Marruecos.
Todo esto está cerca de Tánger, a
menos de 50 kilómetros de la ciudad, por lo que son visitas que
pueden realizarse fácilmente desde la ciudad en escapadas de un día.
QUE VER CERCA DE TANGER
Cabo Espartel (Cap Spartel)
Con 326 metros de
altura, el Cabo Espartel no es de
los más altos del mundo, ni de los más bonitos, pero tiene un encanto especial
y un record en su haber: es el punto más al noroeste del continente africano.
Una pequeña torre corona su punto más alto, pero más cercano al mar se erige la
torre cuadrada de un faro construido en 1864 por el sultán Mohammed IV bin
Abderrahman a instancias de los representantes consulares extranjeros de
Tánger. El haz de luz potente del faro de Espartel llega hasta 30 millas
marinas (55,6 km) y es uno de los primeros que ven los barcos al acercarse al
Estrecho de Gibraltar.
Los alrededores de Cabo Espartel son un área natural
protegida de frondoso bosque por el que vagan gran cantidad de jabalíes e
incluso algún macaco.
Playas con camellos
Junto a la
carretera que conduce de Cabo Espartel
a las Cuevas de Hércules el océano
Atlántico aborda la costa chocando sus olas contra las rocas dispersas o
lamiendo la arena fina de las playas frías. Junto a la carretera esperan
algunos camellos dromedarios para ser montados por los viajeros intrépidos. Son
cortos paseos de dos minutos, pero suficientes para disfrutar del primer
contacto con estos animales, incluso a edades muy tempranas.
Cuevas de Hércules
A solo 14
kilómetros de Tánger, junto a la costa escarpada del Atlántico, se encuentran
unas cuevas de origen mitológico. Con una entrada por el mar y otra por tierra,
las Cuevas de Hércules se conocen desde tiempos prehistóricos. Dice la leyenda
que Hércules vino a descansar en esta cueva después de haber matado el dragón
de cien cabezas que guardaban las manzanas doradas del Jardín de las
Hespérides.
Otra leyenda dice
que un túnel de 24 kilómetros conecta esta cueva con la Cueva de St Michael en Gibraltar, y que los macacos de
Berbería habrían aprovechado este paso subterráneo para llegar a Europa. Esto
se queda tan solo en la leyenda, puesto que el túnel no existe.
Pero su larga ocupación sí merece ser legendaria. Se han encontrado rastros de haber sido ocupada desde el 6.000 a.C. En 1878 fue redescubierta y actualmente es una de las atracciones más conocidas cercanas a Tánger, pero no solo los turistas visitaron las cuevas. La gente local la utilizó durante muchos años como cantera para extraer de su piedra discos de moler para los molinos manuales, por lo que su techo y paredes aparece toda ella excavada con medias lunas procedentes de la forma de los discos extraídos. El aprovechamiento de la cueva como cantera ensanchó las dimensiones interiores, pero por suerte se limitó al interior. La entrada que da al mar la dejaron tal y como la naturaleza la creó, con su perfil iluminado por la luz del día que define una silueta interpretada por muchos como un mapa invertido de África.
Pero su larga ocupación sí merece ser legendaria. Se han encontrado rastros de haber sido ocupada desde el 6.000 a.C. En 1878 fue redescubierta y actualmente es una de las atracciones más conocidas cercanas a Tánger, pero no solo los turistas visitaron las cuevas. La gente local la utilizó durante muchos años como cantera para extraer de su piedra discos de moler para los molinos manuales, por lo que su techo y paredes aparece toda ella excavada con medias lunas procedentes de la forma de los discos extraídos. El aprovechamiento de la cueva como cantera ensanchó las dimensiones interiores, pero por suerte se limitó al interior. La entrada que da al mar la dejaron tal y como la naturaleza la creó, con su perfil iluminado por la luz del día que define una silueta interpretada por muchos como un mapa invertido de África.
Assilah
Un poco más hacia
el sur el terreno se convierte en pura roca sobre la que los fenicios
construyeron la ciudad de Zilil en el siglo II a.C. Los cartagineses, romanos y
árabes pasarían por ella con varios siglos de estancia, le cambiaron el nombre
a Asila y los portugueses la conquistaron en 1471 para construir unas imponentes
murallas que todavía la protegen por tierra y mar. Algunos cañones de la época
todavía asoman sus bocas por entre las almenas que dan al mar.
Assilah,
como es llamada actualmente, es una pequeña ciudad de muros de piedra y casas
pintadas con cal blanca que resplandece bajo el sol y destaca sobre el oscuro
océano Atlántico.
Por las estrechas
callejuelas de la medina de Assilah se pueden visitar
algunos talleres de artistas que, inspirados por la luz de la ciudad, viven
entre sus murallas pintando e innovando en el arte. Varias galerías de arte
repartidas por toda la ciudad exponen estos trabajos que poco a poco van
convirtiendo Assilah en uno de los focos artísticos de Marruecos. Desde 1981 se
celebra en ella un festival internacional de arte y cultura, el Moussen Cultural de Assilah.
Desde la época
portuguesa, la ciudad pasó por manos españolas y marroquís alternativamente, e
incluso, entre 1906 y 1911 fue el feudo y palacio del caudillo El Raisuli, una
especie de pirata, bandido y guerrero con aspiraciones al trono de Marruecos.
La puerta principal
de entrada a la vieja Assilah por tierra, Bab
Homar está custodiada por una alta torre de origen portugués que todavía
conserva los escudos de armas lusitanos. Otra puerta, Bab Kasbah, está cerca del mar y da acceso a la ciudad pasando junto
a otra alta torre. Esta puerta encara la calle de la Alcazaba, donde se
encuentra la mezquita de Kebir y el Centro Hassan II.
Junto al mar se
encuentra el cementerio musulmán y el Mausoleo de Sidi Ahmad El Mansur, que reconquistó la ciudad tras la Batalla de
los Tres Reyes en 1578. Fue este gobernante saadí quien inició la construcción
del gran palacio de Marrakech de al-Badi y está enterrado en las Tumbas Saadíes
de la ciudad.
Las vistas desde la
muralla, con las olas batiendo contra las rocas y la piedra de los muros, con
las casas blancas destacándose en el cielo azul, son simplemente magníficas. El
mejor momento para ver las murallas de Assilah suele ser al atardecer, cuando la puesta de
sol tiñe de rojo las murallas portuguesas y al final, cuando el cielo oscurece,
los techos blancos de las casas parecen brillar por un momento, como picos
nevados en la noche.
Existen muchas atracciones cerca de Tánger. ¿Te las vas a
perder?
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