EL GRAN DESIERTO DEL NEGUEV
Desde lo alto del Monte Avnon diviso un paisaje rocoso, yermo, desnudo y estéril. Pero fascinante. Delante de mis ojos se abre una expansión de terreno abrupto, un ancho vacío más allá del acantilado en el que me encuentro. En el horizonte se perfila la silueta de colinas lejanas, medio difuminadas por el polvo. En la llanura, la roca toma colores ocres, marrones, negros, amarillos y marfilados, que conforman una paleta magníficamente diversa. Me encuentro contemplando el Cráter de Yeroham, en medio del desierto del Néguev, pero bien podría encontrarme, como el nombre quiere recordar, en la Luna.El Néguev
Con sus más de trece mil kilómetros cuadrados, el desierto del Néguev cubre más de la
mitad de la superficie del Estado de
Israel, y aunque en los textos bíblicos aparece mencionado más de cien
veces (entre ellos, fue el lugar en el que se retiró Abraham cuando fue
expulsado de Egipto), hasta hace relativamente poco la industria turística del
país no le había hecho demasiado caso.
En hebreo Néguev significa tanto “seco” como “sur”, y es que
ocupa toda la extensión media del país, con forma de triángulo invertido, hasta
llegar a Eilat, en el Mar Rojo, y sin embargo tiene algunos de los paisajes más
fabulosos del país que vale la pena conocer.
Hasta hace pocos decenios era una extensión solo habitada
por familias beduinas nómadas que se movían por el desierto buscando algunos
pastos para sus camellos y cabras. Pero a partir de la creación del Estado de
Israel se empezó a crear asentamientos allá donde se encontraba agua
suficiente. Be’er Sheba, la capital
de la región en el norte del desierto, tiene más de 200.000 habitantes, pero
existen otras pequeñas poblaciones dispersas, tanto judías como beduinas, e
incluso unos cuantos kibbutzim que aprovechan algunos oasis para conrear sus
cultivos.
En Avedat
Uno de estos kibbutz, el de Sde Boker, alojó al primer ministro Ben Gurion cuando abandonó la política y, finalmente, a petición
suya, fue enterrado con su mujer junto a las vistas al valle de Zin, en los montes
Avedat. Ben Gurion fue el primer
visionario en creer que la vida podía llegar al desierto y que el deber del
país era poblarlo y hacerlo florecer. Llegamos tras superar un puerto de
montaña, entre desgastadas laderas, y el frondoso y bien cuidado bosque con el
sendero que conduce hasta el lugar de reposo del primer ministro y su esposa ya
nos anunció que sería algo especial. Bajo unos árboles y la bandera de Israel,
las dos tumbas yacen al sol delante de un balcón que se abre a un paisaje para
contemplar por toda la eternidad. El extenso valle de roca desnuda se presenta
como la piel erosionada y arrugada de una tierra envejecida que, sin embargo,
muestra en su tosca rugosidad la fuerza indómita de las fuerzas geológicas.
Remontando el río hacia la montaña, este se pierde en un
cañón rocoso que penetra la roca y desaparece entre altos acantilados. Se trata
del Parque Nacional de En Avedat,
una de las joyas del desierto. Bajamos en el coche hasta el aparcamiento, y
mientras el conductor nos iría a buscar al otro lado de la montaña, iniciamos
el paseo. Un camino de polvo conduce, serpenteando entre algunas charcas de
agua y juncos que crecen a la sombra de las altas paredes, hasta una poza
enorme que recoge el agua de manantiales superiores antes de que esta se cuele
por encima de la roca pulida que le hace de presa. Incluso en verano, cuando
las temperaturas superan fácilmente los cuarenta grados, esta agua mantiene
fresco el ambiente.
El camino sigue por una hora más de trayecto, elevándose
mediante escalones cortados en la roca para poder remontarse hasta encima de la
cascada que alimenta la poza. Y más allá de esta el camino sigue remontando
poco a poco el curso del río hasta llegar al pendiente más abrupto del
precipicio. Es momento de mirar atrás para ver el tramo recorrido, sorprenderse
ante la belleza del cañón superado e intentar divisar alguno de los buitres que
recorren los cielos en busca de comida. Incluso si hay suerte pueda verse,
saltando por las rocas, alguno de los íbices que son el símbolo del parque.
El último tramo es el más duro y peligroso, ya que el camino
se convierte en algunos puntos en una escalera de metal por la que hay que
trepar, y un sendero empinado que serpentea ladera arriba. Casi antes de llegar
al altiplano superior el camino gira a la derecha y llega hasta un par de
cuevas excavadas en la roca durante el período bizantino. Desde aquí los monjes
que las habitaban hacían contemplación espiritual pero, sobretodo, me imagino,
se debían pasar horas en el balcón frente a su cueva, admirando unas vistas que
podrían inspirar a cualquier poeta.
Ramon Makhtesh
Hay unas vistas incluso más espectaculares en la siguiente
parada, el Crater Ramon. Este es en
realidad el mayor makhtesh del mundo
un tipo de cráter que ni ha sido formado por el impacto de un meteorito ni por
la erupción de un volcán. Se formó, como los otros, a partir de la erosión de
millones de años de la roca más débil, que abandonaba el espacio a través de la
salida del wadi o río. El de Ramon tiene cuarenta kilómetros de diámetro y una
profundidad de quinientos metros, cosa que permite entender el porqué de su
título de importancia como el mayor del mundo. Y para gozar más de la
experiencia lo mejor es visitarlo sobre un camello paseándose por su borde y
contemplando la magnificencia de su paisaje interior erosionado. La vida en el
desierto del Néguev está indisolublemente ligada al camello, y sin este animal
sus pobladores originales, los beduinos, difícilmente hubieran podido vivir en
él.
Vida beduina
Para entender mejor el modo de vida nómada aplicado en el
desierto el día termina con una comida
tradicional en una tienda beduina, y tomando el té con su propietario,
Salim. Tiene un par de esposas y cinco hijos, y aunque es de origen beduino,
cada vez se encuentra con más dificultades para poder seguir el modo de vida
tradicional de los beduinos. Para empezar, el gobierno quiere sedentarizar a
los beduinos, por lo que el nomadismo inherente a su modo de vida es casi
imposible. Pero, a favor, sus hijos e hijas pueden ir a la escuela cercana,
donde aprenden árabe, hebreo e inglés.
–Ellos aprenden cada día durante ocho horas el modo de vida
moderno –me explica Salim–. Pero cuando anochece, junto al fuego, yo les
explico viejas historias beduinas, les enseño las costumbres de nuestro pueblo
y como sobrevivir en el desierto.
Salim enciende un cigarrillo con una de las brasas ardientes
que calientan el té y deja escapar una nube de humo que se desvanece antes de
llegar a la tela que nos protege:
–Así, en un futuro, cuando sean mayores, ellos tendrán las
dos formaciones. Y entonces podrán decidir si quieren vivir según la vida
moderna o la vida de los beduinos.
Sea cual sea su elección, sin embargo, les tocará vivir
aquí, en el Néguev, un desierto austero, tosco, difícil y demandante, pero de
una belleza refinada.
Este post ha sido posible gracias a la colaboración de AbrahamTours, que es el organizador de
la salida organizada Best of the Negev.
#AdVIsrael