Agreste
y árido, de altas cumbres afiladas y quebradas por la erosión, el paisaje del
norte de Omán se complementa con las
suaves dunas de arena fina del desierto de Sharqiya. Y en los oasis entre la
montaña y el desierto florecen algunas ciudades antiguas cuyos fuertes y
castillos guardaban la frontera.
Aquí
te contamos qué ver en el
DESIERTO Y MONTAÑA DE OMÁN
Las montañas de Al Hajar
La costa del norte de Omán está separada del
desierto interior por la cordillera de los montes Al Hajar. En árabe
significa “Las Montañas Rocosas” y el nombre está perfectamente escogido, ya
que si algo define a las montañas de Omán es su esencia rocosa: la escasez de
lluvias impide el crecimiento de cualquier vegetación en las laderas
montañosas, que aparecen totalmente desnudas y se convierten en esculturas de
piedra erosionadas por el viento, perfectos libros de geología que
cuentan la historia de millones de años. Pero sí llueve un poco en las montañas
de Al Hajar, y cuando lo hace el agua se precipita pendiente abajo y acaba
formando ríos de aguas cristalinas estacionales, llamados uadis, del que Omán
está repleto. Uadi Shab, Uadi Tiwi,… muchos de ellos se han convertido en
atracciones turísticas con senderos bien marcados para adentrarse en sus márgenes
llenos de vegetación.
Uadi Bani Khalid
Entro en Uadi Bani Khalid, uno de los más
espectaculares por el gran palmeral plantado en su extremo final y el lago que
se forma poco antes. Lo bordeo encaramándome por las rocas que lo flanquean,
refrescando mi vista aquí y allá en las pozas de aguas turquesas que se forman
entre las paredes del cañón que se abre en la montaña. El sol quema en el
cielo, pero a la sombra del desfiladero y sumergiendo los pies en el agua
fresca apenas se nota el calor.
Jebel Shams y el Cañón de Arabia
Una carretera me lleva mucho más arriba, cerca de Jebel
Shams que, con 3.009 metros, es la más alta del país. Camino aquí por un
sendero aéreo que bordea la parte interior del Cañón de Arabia desde el
pueblo de Al Khitaym. Las vistas son espectaculares, con mil metros de caída
hasta el fondo del valle y la pared del lado contrario levantándose frente a
mí. Un par de buitres surcan los vientos dando vueltas y cuatro cabras buscan
comida entre secos arbustos. El lugar es remoto y agreste, pero aquí vivió una
próspera comunidad plantando vegetales en terrazas suspendidas, viviendo en
cuevas y bebiendo agua de las cascadas. El desierto es también hospitalario en
los uadis.
Nizwa
La
mayor de las ciudades entre las montañas y el desierto, Nizwa tiene una larga historia (fue capital de Omán durante los
siglos VI y VII d.C.) y un enorme fuerte en el centro que la protege. El fuerte
data de 1668, cuando el sultán Bin Saif Al Ya’rubi decidió protegerla del
ataque de las tribus vecinas. Es el monumento nacional más visitado, en parte
por la facilidad de acceso, ya que se encuentra justo en el centro de la
ciudad. Nizwa es una ciudad de comerciantes, con un gran mercado donde perderse
entre los tenderetes, regatear, admirar la producción de cerámica local o dejarse
seducir por alguno de los perfumes tradicionales que se venden en el zoco. La
ciudad creció alrededor de una gran plantación de dátiles, pero también porque
aquí paraban todas las caravanas que cruzaban el desierto hacia la costa.
Cerca
de Nizwa se encuentra el falaj Daris,
uno de los muchos canales de irrigación que conducen el agua de las montañas
hacia los campos de cultivo y que son parte del milagro de que la vida haya prosperado
en este lugar del desierto de Omán.
Bahla
La
gran joya arquitectónica de Omán es el fuerte de Bahla, en la ciudad del mismo nombre, un gran oasis fortificado.
Desde 1987 forma parte de la lista de Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO, y con razón. Es un enorme recinto amurallado,
de altas y sólidas torres, construido
enteramente con ladrillos de adobe (barro y paja sin cocer).
El
fuerte fue construido entre el siglo XII y XV por la tribu de los Banu Nebhan,
que controlaban el comercio de incienso en la zona. De 1154 a 1624, los Banu Nebhan
gobernaron Omán y se enriquecieron gracias a las caravanas de incienso que
pasaban por aquí desde Dhofar a Sohar, Bahrein, Bagdad y Damasco.
También es muy interesante la vecina mezquita de los
viernes, con un gran mihrab (púlpito)
esculpido y que se encuentra en un promontorio junto al fuerte, dominando la
vieja ciudad y el palmeral. Una muralla protegía antiguamente la ciudad y aún
quedan huellas de los grandes muros y puertas.
Sharqiya
Sands, el desierto amable de Omán
Pero si algo destaca en esta región al oeste de las
montañas es Sharqiya Sands, un desierto de dunas de 12.500 kilómetros cuadrados
con varios campamentos en los que disfrutar de una noche en el desierto. El
todoterreno que me lleva a Oryx
Camp a toda velocidad parece flotar en la arena fina y
navegar por las dunas como si fueran olas. Este dune bashing es parte de la aventura en el desierto para ver la
puesta de sol, una experiencia inolvidable que me prepara para la cena en el
gran comedor. Es el momento de disfrutar de la auténtica comida omaní
escuchando música tradicional de tambores y laúd: arroz machboos, tripas en
muqalab y curry de carne. Los dátiles y un café con cardamomo terminan
endulzando la velada, y cuando termina la música salgo afuera del mahlis, la sala comunitaria. El silencio
es casi absoluto: solo escucho los granos de arena movidos por la brisa, el
leve ronroneo de un par de órices en un corral cercano y el quejido de los
camellos que me llevarán mañana a ver la salida del sol desde las dunas
cercanas. La noche es fresca, pero me quedo un buen rato contando las estrellas
antes de retirarme a mi tienda a descansar.
Aquí, en Omán, incluso el
desierto es acogedor.
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