4 dic 2014

UNA RUTA POR TANGER (MARRUECOS)


Desde lo alto de la colina donde se alza la ciudad de Tánger, en el norte de Marruecos, en un día claro se ve la Península Ibérica, más allá del Estrecho de Gibraltar. Se ve el peñón británico y, en el lado marroquí, el monte Djebel Musa, la que dicen que es la otra de las dos columnas de Hércules que marcaban los límites del mar conocido. Los fenicios no tuvieron reparos en explorar zonas más remotas y llegaron hasta la calmada bahía que se extiende delante de la ciudad. Fundaron Tangis en 1450 a.C. y desde entonces todas las culturas que pasaron por la región (cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos y árabes) contribuyeron a convertirla en una ciudad multicultural. A partir de la edad media perteneció primero a los portugueses y después a los ingleses, volvió a Marruecos y de los años 1920 a 1956 fue un condominio de varios países occidentales. Con una historia similar, no ha de extrañar que Tánger sea la perfecta fusión entre Europa y África, entre lo exótico y lo próximo, y se convierta en una perfecta puerta de entrada a Marruecos para los que visiten el país por primera vez.
La vieja Medina de Tánger, con su centro en la plaza del Pequeño Zoco, conserva la esencia de los barrios magrebís en sus tortuosas callejuelas de adoquines y sus rincones de sombra refrescante y flores perfumadas. Algunas tiendas a lo largo de las calles reclaman la atención de los turistas en busca de souvenirs: pantuflas, pipas de agua y tajines de barro. Entre la multitud que circula por las grandes vías como la Rue Es Siaghine (la antigua Decumanus Maximus romana) podemos ver todavía a personajes de otra época, como el aguador, con su folclórico atavío, que vende agua a pocos dírhams la taza. En uno de los estrechos pasillos de la medina una puerta decorada nos permite acceder al antiguo Consulado de los Estados Unidos, el primer edificio diplomático de este país que se estableció en el extranjero. En el interior se encuentra una gran colección de libros y objetos personales del americano Paul Bowles, escritor de la novela “El Cielo Protector” y habitante de Tánger durante gran parte de su vida. Otros escritores como Burroughs y Capote también tuvieron su influencia tingitana, y la ciudad inspiró también, con sus bellos colores, a pintores como Delacroix, Matisse y Marià Fortuny.
En lo alto de la Kasbah, la zona más antigua de la Medina, se alza el palacio de Dar El Makhzen, la residencia del sultán desde el siglo XVII. Ahora alberga el Museo de Artesanía Marroquí y de Antigüedades de la ciudad, por lo que se puede entrar a visitarlo. Lo mejor es el jardín amurallado: palmeras, granados, adelfas y otros arbustos y flores llenan el recinto de color y fragancia. Se trata de un remanso de paz en el ajetreo de la ciudad, lejos del mundanal ruido que emana del caos de la ciudad moderna. Desde lo alto de la Kasbah, Tánger desciende poco a poco la loma hasta el mar por terrazas y patios blancos cubiertos de antenas parabólicas y cables para tender la ropa limpia. Junto al mar, en la blanca arena de la gran playa municipal juegan a futbol los chicos y algunas parejas vienen a contemplar el ocaso del día y aprovechan para retozar en la intimidad de la gran extensión. La tarde llena de actividad la Avenue Mohamed VI entre el mar y la muralla. Los cafés rebosan de hombres que conversan entre sorbos de thé à la menthe y caladas a sus eternos cigarrillos. Unas mujeres del Rif, cubiertas con velos y sombreros de paja, venden higos chumbos pelados en los escalones junto a la muralla. En unos braseros de carbón y hojas de maíz unos vendedores ambulantes tuestan mazorcas. El acre olor del humo se eleva por encima de los muros almenados. Más allá, unos jóvenes venden rodajas de naranja asadas con miel, uno de los postres más conocidos y deliciosos. Subiendo por una de las calles que resiguen la muralla, se pasa por el Gran Zoco, bullente de actividad frenética, coches que avanzan a golpes de bocina y paseantes que cruzan la calle en dirección a la mezquita de Sidi Bou Abib, que con su alta torre roja decorada con mosaicos es de las más grandes y bellas de la ciudad.
El barrio de Marshan, en lo alto del acantilado que domina el Estrecho de Gibraltar nos permitirá conocer cómo vivían los ricos europeos que vinieron a trabajar a Tánger. Hay que destacar el Palacio Mendoub, que fue durante un tiempo residencia del multimillonario Malcolm Forbes y donde se encuentra su fabulosa colección de más de 115.000 soldaditos de plomo representando varias batallas de la historia.
Una memorable manera de terminar una visita por la ciudad de Tánger es hacerlo en una de las terrazas del café Hafa que se levantan, como en un mirador, delante de las aguas azules del mar. El café sirve té, sopa y aceitunas a los lugareños y visitantes desde la década de 1920, y desde sus frágiles sillas han bebido y comido multitud de personajes conocidos. Tanto los Beatles como los Rolling Stones pasaron aquí alguna tarde, y saboreando una puesta de sol desde una de las terrazas, no es difícil imaginar que las magníficas vistas les inspiraron más de una canción.


Este artículo apareció por primera vez en el número de Diciembre de 2013 de la revista AFROKAIRÓS.


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3 comentarios:

  1. Fantástica descripción de Tánger, casi casi podía oler las rodajas de naranja y sentir el bullicio de las calles. Me encantaría estar en una de esas terrazas degustando un té y contemplando la vida pasar.

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    1. Muchas gracias, Sandra. ¡La verdad es que la ciudad es una maravilla!

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    2. Muchas gracias, Sandra. ¡La verdad es que la ciudad es una maravilla!

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