Ayer empezó en la Filmoteca de Catalunya un ciclo
dedicado a uno de los mayores actores del siglo XX, Anthony Quinn. Que
el ciclo sea parte de las actividades de Barcelona Vive México y que sea
una iniciativa de la Asociación MexCat no es algo baladí, ya que el
actor, a pesar de su nombre americanizado, era medio mexicano.
Anthony Quinn nació en Chihuahua en
1915 (el 21 de abril se cumplió el siglo), con el nombre de Antonio
Rodolfo Quinn Oaxaca. Su padre era irlandés y su madre tenía ascendencia
tarahumara y del propio estado de Oaxaca. Seguramente fue esta mezcla de sangre
la que permitió a Quinn representar casi cualquier papel en el cine, y desde
que empezó a la edad de 21 años (su familia se había trasladado a Los Angeles)
hasta su muerte en 2001, Anthony Quinn participó en 325 películas en
personajes que podían ser de casi cualquier parte del mundo: fue mexicano en ¡Viva
Zapata! (1952, Elia Kazan) por el cual ganó el primer Óscar de su carrera,
fue nativo americano en Murieron con las botas puestas (1941, Raoul
Walsh), griego en Zorba el Griego (1964, Michael Cacoyannis), el beduino
Auda Abu Tayi en Lawrence de Arabia (1962, David Lean) o incluso un
esquimal en Los dientes del diablo (1959, Nicholas Ray).
Su hijo Lorenzo Quinn (Roma, 1966) presentó ayer a su
padre en la inauguración del ciclo. Para él, el actor fue un monstruo de la
interpretación, como demuestra su registro interpretativo, que le permitió
representar los extremos de la variedad humana: fue pirata en El Cisne Negro
(1942, Henry King), vagabundo circense en La Strada (1954, Federico
Fellini), Paul Gauguin en El loco del pelo rojo (1956, Vincente
Minnelli) o incluso el Papa en Las Sandalias del Pescador (1968, Michael
Anderson).
Cuenta Lorenzo que sobre el arte de la interpretación, su padre
le dijo: «El secreto de actuar es no actuar». Y realmente lo decía en
serio, porque para prepararse los papeles Anthony Quinn se metía de lleno en
los personajes a los que interpretaba, cosa que hacía sufrir a su familia más
directa, que tenía que convivir con sus personajes. Cuenta Lorenzo que tuvo que
casarse con su mujer Giovanna de escondidas por miedo a lo que podría decir su
padre. Pero la familia de su esposa le urgían a que se lo dijera….
–No era el mejor momento, dice Lorenzo, ya que en esos momentos
justo mi padre estaba rodando una película que se titulaba Venganza
(1990, Tony Scott), donde interpretaba a un mafioso llamado Tiburón que quiere
matar a Kevin Costner por quedarse con su chica.
Con el tiempo, fue a verlo a México, donde rodaba la
película. Al final de unos momentos de tensión, Lorenzo le dijo:
–Papá, tengo que decirte algo muy importante, pero no sé
como decírtelo.
Anthony Quinn miró serio a su hijo, con los ojos de Tiburón
Méndez, el personaje que interpretaba entonces:
–¿Eres homosexual?
–¡No! ¡Me he casado!
Ahora llevan 26 años felizmente casados y tienen tres hijos.
Lorenzo desgrana otras anécdotas entrañables de su padre.
Dice que en la vida de su madre (Jolanda Addolori) el período más tranquilo fue
mientras su padre estaba ensayando el papel del Papa Cirilo I para Las
Sandalias del Pescador. Entonces tenían a un santo en casa.
A veces su celo interpretativo le llevaba a enfermarse. Para
el rodaje de Notre Dame de Paris (1956, Jean Delannoy) Anthony Quinn
aceptó hacer el papel de Quasimodo y casi se convirtió en él, hasta el punto
que le salió un eczema en la piel que no podían curar. Hasta que un psicólogo
le dijo:
–Lo que tiene usted que hacer, Sr. Quinn, es dejar de ser
Quasimodo.
Uno de los momentos más emotivos de la carrera como actor de
Lorenzo Quinn (que se dedica actualmente principalmente a la escultura), fue
cuando rodaba Terra de Canons.
–Como todas las películas de Antoni Ribas, se terminó el
presupuesto antes de terminarse la película –dice Lorenzo–. El director me dijo
a ver si tenía alguna idea para conseguir más dinero y yo le dije que hablaría
con mi padre.
Al final Anthony Quinn aceptó intervenir en la película con
el papel del Sr. de Sicart, el padre en la película del personaje que
interpretaba Lorenzo.
–Mi padre ya tenía entonces más de ochenta años y empezaba a
estar enfermo. Hay una escena en la película en la que el padre saluda al hijo.
La emotividad del encuentro entre actores es real, y para mí es uno de los
momentos más especiales que guardo junto a mi padre.
Anthony Quinn vivió con intensidad incluso durante su vejez. A pesar de
no ser especialmente atractivo, Quinn tenía una personalidad especialmente
atractiva, una presencia capaz de arrebatar el protagonismo en las películas
incluso a estrellas consagradas y una atracción por las mujeres bellas. Se casó
tres veces y tuvo trece hijos con cuatro mujeres distintas.
–Aunque cada vez que voy a México me salen más hermanos
–agrega Lorenzo medio en broma.
Las aventuras amorosas de Anthony Quinn podrían llenar todo
un libro, pero su hijo Lorenzo lo acepta como parte de la personalidad de su
padre e incluso agrega alguna anécdota más.
–Corría el año 1996 y mi padre ya tenía 81 años. Entonces
volvíamos a estar embarazados y fui a ver a mi padre para contárselo. Papá,
tengo que darte una buena noticia: voy a tener otro hijo.
A lo que Anthony Quinn, octogenario, le replicó:
–¿Tú también?
Estaba esperando a su último hijo, Ryan Nicholas.
Anthony Quinn fue genio y figura. El actor del pueblo, como dice su
hijo Lorenzo. Un actor que fue amado por todos sus papeles y que todo el mundo
reconocía. Nunca fue un diplomático y a veces su ideas no gustaban. Quizá es
por ello que los actos de reconocimiento a su carrera son más bien escasos.
La iniciativa de este ciclo que ayer empezó y que mostrará
películas tan diversas como La Strada, ¡Viva Zapata! y Viento
en las Velas, ayudará a valorar todavía más la obra cinematográfica de Anthony
Quinn, el actor del pueblo, medio irlandés y medio mexicano que supo
convertirse en uno de los mayores actores internacionales.
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